Árbol de Palabras en Indiloka Vol. 3



Había un árbol de palabras. De él crecían todas las palabras y se complementaban unas a otras; a la necesidad, le seguía abundancia, al dolor, placer y así vivían, comían, cagaban y dormían los humanos bajo el árbol de palabras.

Pero este árbol no era inmortal. Debido al comportamiento de los humanos dejándose llevar por el deseo, el poder, la envidia, los celos y la avaricia, el árbol comenzó a perder palabras; el espíritu del árbol y el fuego que yace en el corazón de la semilla viva que lo sostiene y que arde más que mil volcanes se apagó.

Estos frutos, únicos, que gobernaron la organización del humano y sus sociedades, eran perennes, sin embargo podían ser robados e incluso peor, una vez que caían al suelo se perdía su presencia y con ello dejaba de existir el espíritu de la palabra que caía y sólo si un humano puro, comía la tierra donde hubiera caído la palabra, esta podía volver a brotar del árbol.

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Sin paz, ni equilibrio, ni respeto, ni igualdad, pocos humanos se rigieron por el significado casi nulo del amor y del árbol comenzaron a brotar palabras con espinas hasta que se cubrió su copa de la palabra violencia y jamás volvieron los humanos a tener un árbol de palabras porque en la tierra no hay semillas, ni en su interior yace un fuego, porque no tienen corazón sin espinas.

Después de todo pasaron muchas cosas, de los caminos de tierra a las carreteras y autopistas; de la caza, el trueque y la recolección, a la ley de la oferta y la demanda; de la técnica artesanal a la tecnología industrial; de las bellezas naturales de una casa que flota en el espacio para todos, a los alambres de púas y en esa dinámica, del bien común, al bien privado.

Por esas carreteras, no hay un árbol de palabras a la vista, como se dijo, se ha perdido su rastro, y todo aquel que existe tiene dueño, los paisajes están delimitados por púas, por muros o por accidentes naturales. Las distancias entre los humanos son gigantescas y sólo el respeto se consigue no por ser este la causa de la sana convivencia, sino mediante imposición, miedo y violencia. Ya ninguna persona actúa por compromiso con una causa ajena, sino por lástima, por miedo o por autocompasión.

Entonces ¿qué pasa? Hay que buscar un lugar seguro, pero inseguro no es el lugar, sino sus habitantes y sus ambiciones, sus deseos y cómo actúan para con sus fines.

Entonces ¿qué pasa? Ninguna causa es noble, válida o legítima si no me hacen cooperar con violencia, así también, por otra parte, no es posible resistirse a cooperar porque entonces legitima su aparición el acto violento, animal e incivilizado que pretende 

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educar y conservar (como coloquialmente se dice) la peor brutalidad, la del amo que fue vasallo.

Y así pasa, en la carretera entre Palenque y Ocosingo, sin más, al pasar por la entrada de su comunidad, el cartel rojo con la imagen negra a gran escala de Zapata a caballo con una inscripción gráfica en el ángulo inferior derecho que dice “en contra del TLC” indica junto a las filas de hombres sentados junto a la carretera que se trata de un retén zapatista, quienes obligan a hacer una parada a todos los vehículos, invitan a cooperar y sin cooperación, el tronco con clavos que es puesto a lo ancho del carril no es quitado.

Mientras Javier intenta controlar ese momento de tensión varios hombres de rostros curtidos y lastimados se acercan con un volante donde sabe dios qué dice, lo importante es salir de ahí vivo, diciendo que piden una cooperación de cien pesos porque van a ir a la capital a una conferencia de prensa a quien sabe qué, uno sólo quiere salir de ahí vivo, pero no dejarse robar, el sujeto habla, atrás de él hay dos más, un cuarto se acerca a mi ventanilla, no es posible mantener la atención en un solo lugar, se afinan los sentidos y la adrenalina comienza a actuar, entonces, después de desearles que todo se les resuelva, el maestro de telesecundaria Javier Gutiérrez, quien se dirige a una pequeña comunidad a las oficinas de la SEP a que le den una constancia para continuar trabajando como maestro en otro lugar y que viaja con un compañero que levantó en la ruta y que viaja de aventón por el país, nervioso y apurado saca de su monedero unas monedas que deposita en la lata que funge de urna. En ese momento agradecen y dan la señal de abrir 

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paso, el niño de catorce o quince años mueve con la cuerda el tronco atravesado por clavos de muchas pulgadas hacia un costado y avanza el maestro Gutiérrez con su molesto acompañante. “Es obvio que ya nadie cree en que valga de algo apelar al corazón para en un momento de necesidad obtener un beneficio. Son bien conscientes de eso, están hartos, saben que con violencia consiguen más y más rápido lo que quieren aunque bien podrían aprender a hacer cosas para vender en vez de ofrecer su mano de obra o únicamente el producto que pueden cosechar en su comunidad, no les hubieras dado nada.”

Yo pensaba mejor hacer un reto a la amenazante custodia, vencer el miedo y decirles “¿qué, y sino me matas por no darte cinco pesos, de qué se trata?”. El maestro no consideró necesario eso ya que como alegó es preferible evitar una pedrada y un vidrio roto.

Si el árbol ha desaparecido y en él ya no florecen aquellos frutos, si la causa no es el objeto del compromiso sino salvaguardar la seguridad y la integridad física; si a nadie compromete una causa, la causa ya no es común y la indiferencia con el extraño se siente impunemente y no se puede exigir o reclamar porque no se puede demandar y obtener, con fe en que la calidad humana actúe desde lo individual para que la colectividad reconozca una causa, entonces surge la violencia. Un sistema social determinado por ideas y valores dominantes que legitiman su actuar, está a su vez representado en la vida cultural y subcultural, lo cual hace de la sociedad un conglomerado heterogéneo de prácticas, costumbres, ideas y valores.

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Pero en particular punto de coincidencia está el hecho de que todos los grupos aún compartiendo el imaginario colectivo e individual, paradigmático y diferenciable, los sistemas de valores fungen como patrones normativos y regulativos de la acción e independientemente de a qué se deba la pertenencia de un individuo a un grupo o subcultura (por estatus, género, edad, país, religión, etc.) existe siempre un compromiso ético y moral con el cual se identifica.

Y hablando en términos de la especie del homo sapiens, hay que reconocer que nunca ha dejado de organizarse en sociedades y grupos para hacer posible una vida de acuerdos orgánicos y regulativos. Sin embargo, existe una problemática, una paradoja: aquello que es socialmente aceptado y se convierte en un valor que legitima prácticas, supone que el fin justifica los medios. Y la violencia que se practica por medio de la agresión y la muerte, el trauma, el aislamiento social, ideológico, psicológico, etc. comienza desde la forma de alimentarse de la mayoría de los sapiens.

La postura es que hay que reconocer el amor a la vida como valor primordial. Santos o pecadores, igualmente solo son juicios de valor, en la práctica diaria el homo sapiens con su instinto de conservación de especie, de grupo y de clase, incurre en actos violentos e incluso consume violencia.

Este entramado mediático que reproduce lo peor que hay en el mundo para sostener el asombro, el miedo y la conservación del estado actual de las cosas, salvaguarda el estatus con más violencia, acrecienta los estándares de criminalización y justifica el estado de sitio policial y militar, que no asegura, solo reproduce más violencia.

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Pero si así como hoy en día existe el boom de las subculturas de la violencia en México, Israel, E.U., Palestina (Marvin Wolfgang señalaba que no existían tales subgrupos en la segunda mitad de los 70) y todo un mercado mundial para consumir la crónica diaria de sus atrocidades, lo que queda es el acto de fe que reúna grupos de homo sapiens con una identidad formada a partir del valor del respeto y el amor por la vida, que en concreto y sobre la tierra, no obliga a nadie a tener que morir por ninguna causa, ni siquiera por ser el alimento o por ser “de otro bando” revolucionario o antirrevolucionario, policía o narcotraficante, blanco o negro. Porque como sostiene G. Amara “… en los últimos tiempos deja de ser un simple medio para convertirse en un fin en sí misma, en la caótica, irracional y poco contenible violencia urbana contemporánea…” (Amara, G. 1976, Edicol. Pp. 7) que se vive como consecuencia de la desigualdad provocada por el desequilibrio social que genera el sistema a semejanza de una maquinaria monolítica que funciona para conservarse a sí misma,o como lo escribiera Anthony Burgees como una gran Naranja Mecánica lista y exacta para producir jugo.

El sistema es desde su cómo funciona, discriminante y violento y entre ricos y pobres, la humanización, la socialización, la cultura, la psicología, las acciones y los excesos de la personalidad están determinados por mecanismos de represión so- ciales que aplican diferentes miradas y libertades según quien ejecute, en este caso, actos de violencia.

En este sentido de acuerdo con Sade, nos encontramos rodeados por múltiples ejercicios de violencia que sólo le es permitida a quien es rico. “Los poderosos ostentan así el poder y también el monopolio de la crueldad. Raramente un simple ciudadano puede ejercer en público la violencia. No hay límites, en cambio, si desea ejercerla a voluntad un poderoso. En el ámbito de esta poderosa fuerza humana, pocos, pues, son los favorecidos para disfrutar del ejercicio de la violencia.” (IBÍDEM. Pp.25)

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Estas reflexiones del Marqués son atemporales, en cuanto a quien con autoridad del tipo que sea actúa de manera violenta sobre la integridad física o emocional de otra persona o grupo; el sadismo es un tema, cuyo centro es el disfrute placentero de la práctica liberadora y vital a favor de quien la ejerce y la recibe en un “ritual” físico y psicológico en el que se descarga energía, reprimida por el hecho de ser arrojados en soledad a un mundo en el cual existen fuerzas y ciclos de la naturaleza que actúan porque sí y definitivamente de manera arbitraria y poco piadosa, cruel, hasta desintegrar nuestros cuerpos en el vacío; ese es el sadismo, del cual nos alejamos del todo en este trabajo porque el punto de reflexión es que “es un hecho que está manifiestamente en contra de la ley natural – escribe Rousseau – que un puñado de gentes reviente de cosas superfluas mientras que la multitud hambrienta carece de lo indispensable.”(IBÍDEM. Pp.23)

Y ya lo hemos dicho todos, lo hemos pensado al menos, que el desarrollo tecnológico – armamentista sí que prolifera con rapidez, así vio Hegel su contexto alemán en los siglos XVIII y XIX, cuando las ideas hacia una democracia de Rousseau pasaban por la razón y la fuerza regulativa – inteligente de un estado con sus códigos de castigo y orden. También muchos entre ideales y utopías decían “si un pueblo no es capaz de asumir la disposición a morir en guerra por la defensa de su autonomía, es un pueblo débil” o que “pelear a muerte es el sendero de la consumación de la soberanía” en fin, son la repetición de la historia,siempre contando cuentos de batallas ganadas o perdidas en la 

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defensa del honor nacionalista o pequeño-burgués; en definitiva, a través del arte encuentro otros estrategas, no de guerra, que sobre la violencia han creado para devolver a la realidad la vivencia de experiencias violentas y sin sentido, como por ejemplo en la obra plástica del artista surrealista y expresionista Wolfgang Paalen intitulada “El genio de la especie” y que en ella coinciden este y todos los pensamientos derivados de la idea de que ningún pueblo debe estar preparado para la guerra para no ser débil porque vivimos el mismo planeta y somos todos un mismo pueblo y sin duda “El genio de la especie” no son las armas.

El_genio_de_la_especie
Paalen, Wolfgang. «El genio de la especie», 1938.

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Martín Fadol Bouton
"El Indi(gente)"